He dedicado unas cuantas horas en los últimos días a repasar algunos capítulos de la serie televisiva “Fringe”, que se emitió desde 2008 hasta el pasado mes de enero (cinco temporadas con un total de cien capítulos). La narración sigue las peripecias de la división “Fringe” del F.B.I., encargada de casos relacionados con la ciencia de frontera (pseudociencia). Aunque es una serie clasificable en el género de ciencia-ficción (con incursiones en la acción, aventuras, comedia y con un toque “gore”), son las relaciones humanas las que dan a “Fringe” su densidad dramática. Por eso me ha interesado especialmente en el marco de un congreso dedicado a la figura del padre en las series de televisión.
Pero repasando, como decía, algunos capítulos, he confirmado algo más. Que esta serie ideada por J.J. Abrams (creador de “Alias” y “Lost”), Alez Kurtman y Roberto Orci (ambos co-guionistas de “La leyenda del Zorro” y “Misión: Imposible III”), presenta un mundo explícitamente trascendente. Más allá de los universos paralelos, de las diversas líneas temporales y de las increíbles maravillas (y horrores) científicas y técnicas, hay un Dios. Y un Dios que se presenta con la iconografía cristiana.
A Dios lo vemos a través de las referencias que aquí y allá hacen los personajes. Y es que, al margen de las peripecias, uno de los temas de fondo de la serie es el dolor y el arrepentimiento de uno de los protagonistas por su arrogancia en el pasado de querer ser como dios; de haber usado los conocimientos científicos según su ambición, sin importarle las consecuencias que esos actos tenían en los otros y en la naturaleza. La serie puede gustar o no, pero resulta muy atractiva la búsqueda de redención, la actitud de pedir perdón a Dios y a los demás.
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