La limpieza de Benedicto XVI sigue dando frutos. Ese me parece que debería ser el comentario ante la admisión del arzobispo Keith O’Brien, cardenal primado de Escocia, de “comportamientos inadecuados”. El purpurado (que hasta ahora había negado las acusaciones) pidió perdón y reconoció ayer que su conducta sexual estaba “por debajo de los estándares que se habrían esperado de mí como sacerdote, arzobispo y cardenal”. Con esta declaración se completa y adquiere pleno sentido la aceptación de su renuncia llevada a cabo por Benedicto XVI, en lo que fue uno de sus últimos actos como pontífice.
A algunos ha llamado la atención la curiosa fórmula –propia del lenguaje empresarial- usada por el cardenal para admitir sus faltas: su conducta ha estado “por debajo de los estándares que se habrían esperado de mí como sacerdote, arzobispo y cardenal”. Ninguna referencia al pecado, a la culpa, a la tentación o a lo que sea, pero en una perspectiva de fe (como cabría esperarse de un sacerdote, obispo y cardenal). Da la impresión de que se ha tratado casi de un fallo técnico o de gestión. Todo lo contrario al tono que el propio BXVI ha querido imprimir en sus últimos días de pontificado: la Iglesia no es una “empresa” o una simple “institución”…
Ahora que se habla de las tareas a las que deberá hacer frente el próximo Papa, me parece evidente que una tendrá que ser “subir los estándares en la selección de personal”, por seguir con el lenguaje usado por O’Brien. Es decir, cuidar la selección y preparación de los candidatos al sacerdocio y al episcopado. Habrá que seguir en esa línea, que ha sido uno de los puntos fuertes de Benedicto XVI.
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