El sociólogo Massimo Introvigne publica hoy un esclarecedor análisis del informe sobre los abusos sexuales en instituciones católicas holandesas divulgado hace unos días (en la foto, un momento de la presentación). Introvigne, representante de la Ocse para la lucha contra el racismo, la xenofobia y la discriminación, explica que la comisión independiente holandesa –basándose en todos los archivos disponibles- ha identificado 1795 denuncias de abusos entre los años 1945 a 2010. A esa investigación, la comisión añadió otra que consistió en enviar un cuestionario a 34 mil personas para preguntarles sobre sus recuerdos en esta materia.
Extrapolando los datos resultantes del sondeo, la comisión llega a las cifras difundidas: unas diez o veinte mil acusaciones y unas ochocientas personas acusadas en esos sesenta y cinco años. La comisión advierte en su informe de las limitaciones de este método, que lleva a valorar con cautela los resultados: la memoria es falible (más todavía considerando ese amplio espacio de tiempo), y no se define qué se entiende por abuso. Esas advertencias metodológicas, señala, Introvigne, desaparecieron de las informaciones periodísticas, así como la anotación de que “acusado” no equivale a “culpable” y de que buena parte de los acusados no son sacerdotes. La comisión también afirma que los abusos sobre menores son una plaga más extendida en Holanda que en otros países y que el índice de acusaciones en el ámbito de instituciones católicas no es, de ningún modo, superior al del resto de la sociedad.
Por lo que se refiere a las causas, el informe distingue entre las que afectan a toda la sociedad y las que inciden específicamente sobre la Iglesia. En este segundo grupo, es significativo que la comisión, de orientación más bien “progresista”, subraye que una de las más relevantes ha sido la pésima selección y formación del clero, especialmente en los años 1960-70. A pesar de las advertencias romanas, sintetiza Introvigne, fueron sistemáticamente ordenados candidatos con evidente problemas psicológicos y sexuales, entre otras razones porque los centros psiquiátricos a los que las diócesis encargaban la valoración independiente de la idoneidad de los seminaristas compartían a su vez ideas libertarias en materia de sexualidad. Además, tras el Vaticano II, algunos obispos holandeses ordenaban candidatos que no tenían intención de vivir el celibato, asegurándoles que muy pronto Roma habría cedido y ellos habrían podido casarse.
Se constata que las peores negligencias de los obispos y de los superiores de órdenes y congregaciones religiosas tuvieron lugar durante la hegemonía en Holanda de una teología que minaba los fundamentos de la moral. Y pensar que para muchos en aquellos años Holanda (con su mítificado catecismo y todo lo demás) era el ejemplo que había que seguir... Un sensible cambio de orientación solo comenzó a darse a partir del año 2000, en respuesta a las directivas de la Santa Sede.
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