Desde luego, justificar o minimizar los abusos contra niños (o contra mayores) es algo que no cabe en ninguna cabeza. Otra cosa es usar esos episodios para atacar con una buena dosis de violencia al Papa, como hace Miguel Mora en un “análisis” publicado en El País [un diario que –desde mi punto de vista- utiliza los términos “análisis” y “reportaje” con gran soltura, pues en realidad se trata de “artículos de opinión”, en muchos casos de matiz militante].
El periodista afirma que el silencio del Papa sobre el caso irlandés es “estruendoso”, pues desde que se publicó el informe no ha dicho nada al respecto (Sobre el informe, ver este post precedente). El mismo cronista recuerda que el Papa se refirió al asunto en 2006, cuando recibió a los obispos irlandeses en visita ad limina, encuentro en el que usó términos bastante contundentes. Yo me pregunto qué podía añadir el Papa ahora, cuando buena parte de la jerarquía irlandesa, que es a quien le corresponde, se manifestó ya públicamente. El dato que no menciona es que el Papa habló con obras hace unas semanas, con la destitución de un arzobispo que no había gestionado con la debida diligencia algunos casos ocurridos en su diócesis.
No me parece muy ecuánime afirmar que Benedicto XVI ha tratado de aportar transparencia, “sobre todo, cuando no quedaba más remedio porque la evidencia era abrumadora”. Es un juicio de intenciones que no se corresponde a la realidad. Cuando era cardenal, por ejemplo, Ratzinger llevó a cabo el proceso sobre el padre Maciel, cuando el clima era más bien contrario. Tampoco es cierto que se reunió con las víctimas en EE UU “con gran despliegue mediático y escenográfico”, pues se trató de una reunión privada en la que los medios estuvieron ausentes. Algunos de los participantes fueron entrevistados después por la prensa. Ese encuentro lo organizó el arzobispo de Boston, que se puso directamente de acuerdo con el Papa (un encuentro similar se iba a celebrar en Roma meses antes, pero se esfumó por resistencias de algunos eclesiásticos, que no lo consideraron oportuno).
Se ve que el periodista identifica lo que debe ser la acción del Papa con los gestos plateares. Lo cierto es que basta leer un pasaje del famoso Via Crucis de 2005, que Ratzinger escribió por encargo de Juan Pablo II, para tener una idea muy clara de lo que piensa Benedicto XVI sobre el asunto. El Papa es mucho más consciente de la gravedad del problema de cuantos descubren ahora la pervensión humana.
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