La noticia fue tan discreta que yo me entero ahora. El pasado septiembre se presentó ante el consejo de derechos humanos, con sede en Ginebra, un documento de condena contra Nigeria por la práctica (permitida en algunos Estados) de lapidar a muerte a los homosexuales. Cuando el caso se discutió en la sesión correspondiente de ese organismo de la ONU, el embajador nigeriano se defendió con estas palabras: “la pena de muerte por lapidación contra quien cumple actos sexuales contra natura está prevista por la sharía [ley islámica] y no debe ser equiparada a los homicidios extrajudiciales. Es más, no debería ni tan siquiera ser considerada en este informe”. Y ahí terminó el caso. Se pasó a otra cosa.
Me pregunto, con sorpresa, dónde estaban los “colectivos” varios, los eurodiputados, los artistas, sus acólitos y el resto de los que no pierden oportunidad para hablar del peligro de la “homofobia”. Su silencio fue tan llamativo que ni tan siquiera hubo noticia, a pesar de que el caso fue público. Nadie se rasgó las vestiduras ante tamaña brutalidad.
A falta de mayores informaciones, aventuro una hipótesis. Personalmente, me resistía a creerlo, pero los datos son cada vez más evidentes: la protesta y la polémica sirve solo cuando se trata de agredir, directa o indirectamente, a la Iglesia católica, presentándola como intransigente y enemiga de las libertades. Las “mociones parlamentarias” a las que nos tiene acostumbrado el Parlamento Europeo (ha “condenado” más veces al Vaticano que a Cuba y China juntas...) son bombas de humo mediático que persiguen esa finalidad.
Pero el hecho en sí es escalofriante: protestan ante las cámaras denunciando que la Iglesia no canoniza las uniones homosexuales, pero se callan como estatuas cuando la sharia lapida a homosexuales.
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