Benedicto XVI, el “anti-secularista”, es el tema de portada del último número de The New York Times Magazine. Se trata de un artículo muy largo (doce páginas), escrito por Russell Shorto, en el que se intenta realizar un retrato intelectual del Papa y explicar las razones de su programa para la Iglesia, sobre todo en Europa. A pesar de sus inexactitudes y simplificaciones, es patente su esfuerzo por ir un poco más allá de los tópicos. Pero su autor –por desgracia- no se libera de esos mismos tópicos, como muestra el esquema político y de poder que enmarca todo el texto. Su conclusión es que las cosas no pueden cambiar, pues el problema son las “estructuras de la Iglesia”.
Se subraya que Benedicto XVI –como ya Juan Pablo II [pero el elenco se podría remontar a San Pedro...]- tiene poco interés por “reformar algunas de las prácticas básicas que afectan la vida de los católicos corrientes”... (“basic policies” sobre el divorcio, la homosexualidad, la contracepción...). Según el autor, es precisamente esa “rigidez doctrinal” lo que impide que la Iglesia sea capaz de reconectar a los europeos con sus raíces cristianas. Posiblemente, el autor no es consciente de la poca base empírica de su afirmación. Si fuera verdad lo que dice, entonces la Iglesia Anglicana y las confesiones protestantes (que renunciaron hace tiempo a la “rigidez doctrinal”) serían hoy un ejemplo de fecundidad. Pero la realidad (que el mismo autor menciona) es muy distinta, y se parece más a un desierto que a un vergel. Esa constatación tan simple desvela el planteamiento ideológico que subyace en el artículo.
Dejo de lado algunas de las afirmaciones gratuitas (por ejemplo, cargar sobre el Vaticano las culpas de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes en países como Estados Unidos o Irlanda) y me fijo en esta: Benedicto XVI ha “replanteado el antiguo dogma de que ‘fuera de la Iglesia no hay salvación’”. El autor no menciona de dónde saca esa afirmación, pero tal vez se refiera a la Declaración "Dominus Iesus", publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe en el año 2000, cuando el cardenal Ratzinger estaba al frente de ese organismo vaticano. El problema es que en ese documento no se hace tal afirmación. (Lamento autocitarme, pero publiqué un artículo sobre la cobertura periodistica de la "Dominus Iesus" en Westminster Papers in Communication and Culture, que se puede ver aquí -pdf, 21 páginas, inglés).
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