Es un éxito de desinformación concentrar la atención en aspectos periféricos o bien reducir el abanico de temas a pocas opciones, que se presentan como lo verdaderamente importante. Que no se hable de lo que yo no quiero, pero dando la impresión de que se está hablando; y dar a entender que, si no se habla, es por culpa de otros. Algo de esto está ocurriendo en el sínodo de los obispos dedicado a la familia. No me refiero a la discusión dentro del aula, sino al debate mediático.
El error de reducir toda una profundización sobre la familia a la cuestión de la comunión a los divorciados (y no digamos a la cuestión gay) es una muestra de ese reduccionismo temático. Hay que reconocer con honradez que el sínodo ya nació viciado en ese sentido, y no siempre por culpa de la prensa. Pero esa miopía no oculta que la temática que se margina sea inmensa y profunda. Lo que está en juego es un poquito más amplio, como confirma –por ejemplo- una noticia que leo hoy: “en la última década, los matrimonios por la Iglesia caen en un 52 % y los civiles en un 25 %” (los datos se refieren a España).
Durante el sínodo se han planteado también dudas sobre algunos procedimientos de la misma asamblea. Se ha filtrado una supuesta carta al Papa sobre ese tema, pero con los nombres de los cardenales firmantes y el mismo contenido del mensaje bastante tergiversados. El propósito de crear confusión ha sido demasiado evidente. En todo caso, la manifestación de perplejidades sobre algunos procedimientos no convierten a los firmantes de la carta en “enemigos del Papa”. El Papa recibe todos los días cartas y comentarios de los participantes. (Cabría añadir, por otra parte, se trata de una cuestión de interés relativo porque el sínodo es un organismo consultivo: lo que emana, como se sabe, se le entrega al Papa para que lo use como considere oportuno).
Es posible que se hayan producido algunos errores al plantear cómo comunicar el sínodo. Pero ahora lo que está claro es que hay humo y es importante usar mascarilla y no dejarse intoxicar. Una obviedad: no toda la información sobre el sínodo es trigo limpio.
Las entrevistas sincronizadas (una en Polonia y otra en Italia, esta última de repercusión internacional), la tempestiva rueda de prensa mantenidas en Roma (con eficaz agente de relaciones públicas que gestionaba el flujo: “ahora la CNN, ahora vosotros…”) y el anuncio de un libro de memorias para dentro de unas semanas, convierten el episodio del sacerdote polaco Krzysztof Charamsa en un caso de marketing.
El protagonista ha recitado la parte del perseguido, de víctima de una poderosa y deshumana institución. Lo que no dice es que nadie le obligó a entrar; fue él quien aceptó voluntariamente vivir el celibato, a imitación de Cristo. Parece –según ha relatado él mismo- que no ha sido capaz de cumplir esa promesa, cosa que merece toda la comprensión humana. No es el primero. Pero él quiere más: quiere cambiar la doctrina cristiana –no simplemente las actitudes de algunas personas. Eso ya me parece, por lo menos, algo exagerado.
Todo un caso de marketing, decía, que ha sabido elegir también el momento oportuno: la víspera del sínodo sobre la familia ha procurado al episodio una mayor repercusión internacional. Todo francamente bien organizado. Desde mi punto de vista hay, sin embargo un problema: precisamente que resulta evidente que todo estaba demasiado planificado.
Quienes hemos defendido el buen hacer general de la prensa ante cuestiones de fondo debatidas, subrayando que -en la mayoría de las veces- prevalece una honrada imparcialidad, estamos un poco escocidos con el caso de Planned Parenthood. Como algunos sabrán, desde mediados de julio se están desvelando algunos videos que muestran cómo esta organización, que es la mayor proveedora de abortos en Estados Unidos, lleva a cabo acciones que la misma legislación abortista norteamericana prohibe, como es el comercio de órganos y tejidos procedentes de abortos. El caso es particularmente grave, pues Planned Parenthood está financiada parcialmente con fondos públicos norteamericanos.
Los videos, realizados por The Center for Medical Progress, están desvelando el submundo hipócrita de una tétrica industria -la industria del aborto- escondida tras la bandera de la libertad, salud y autodeterminación de la mujer. Los tres videos que ya han aparecido son suficientes, pero se anuncia un total de doce, que se irán haciendo públicos en las próximas semanas. Mi decepción con la prensa está motivada por la falta de información a la que muchos medios están sometiendo a esta noticia, a pesar de las evidencias y repercusiones del caso y del generoso espacio dedicado a otros temas.
Hace veinticinco años, el periodista David Shaw escribió para Los Angeles Times una serie de artículos de investigación en los que demostraba la existencia de un prejuicio pro-abortista en la prensa norteamericana. Fue un reconocimiento doloroso y valiente, avalado por un periodista prestigioso, ganador del Premio Pulizer. Ha pasado un cuarto de siglo y todavía pesa ese prejuicio, que se manifiesta a veces, como ahora, en forma de silencio. Y no solo en la prensa norteamericana. Un personaje tan poco sospechoso como Camille Paglia, antiguo miembro de Planned Parenthood, ha denunciado lo que considera “un tipo de censura sorprendentemente poco profesional”.
Las palabras del Papa Francisco sobre teoría del gender, pronunciadas durante la audiencia general del miércoles 15 de abril, dentro del ciclo que está dedicando a la familia, han recibido poco eco en los medios. Llamativamente poco. El Papa dijo, entre otras cosas: “me pregunto si la así llamada teoría del gender no sea también expresión de una frustración y de una resignación, orientada a cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma. Sí, corremos el riesgo de dar un paso hacia atrás. La remoción de la diferencia, en efecto, es el problema, no la solución”. Pienso que aquí había “gasolina” al menos para crear una polémica periodística, pero -como digo- he visto la noticia solo en La Repubblica, ABC y algún que otro sitio.
Ha pasado una semana y me encuentro ahora un largo comentario de un ensayista italiano, Vito Mancuso, que presenta una perspectiva singular. Toma pie de esas palabras, pero defiende Mancuso que la Iglesia acabará aceptando la “teoría del gender”, como ha acabado aceptando tantas cosas a los largo de la historia, adaptándose así a la realidad. Y en esa historia de adaptaciones menciona la teoría copernicana, la libertad religiosa, el evolucionismo e incluso la aceptación de que el luteranismo es otro modo de vivir el evangelio. Para Mancuso todo esto es positivo, pues quien no se transforma muere.
Temo, sin embargo, que Mancuso -en un afán por simplificar- introduzca en el mismo caldero cosas que no son equivalentes, como pueden ser un cambio de contenido, de acento o de actitud ante un problema. El cambio de contenido sería la cuestión de Galileo y la interpretación de la Escritura (con todos los matices que se quiera); de acento, la cuestión de la evolución considerada solo en cuando se convierte en teoría filosófica o en ideología; y de actitud, la libertad religiosa o las relaciones con otros cristianos. Los nuevos planteamiento son siempre fruto de una profundización y mejor comprensión de lo que significa la verdad revelada.
En ese sentido, se está viendo un cambio de actitud ante algunas situaciones y estilos de vida que antes recibían por parte de la Iglesia un tratamiento cuanto menos severo. Esa apertura de humana comprensión no implica, sin embargo, un cambio en “contenido”. Se profundiza en la visión del hombre (la antropología), se presenta y expresa cada vez mejor, de modo más convincente, pero al final resulta que Dios creo al ser humano a su imagen, “a imagen de Dios lo creó: varón y mujer los creó”, recordaba el Papa citando el Génesis, y eso difícilmente es compatible con la aceptación de “la pluralidad de los amores humanos”, en el sentido en que lo cita Mancuso.
Veo a través de Il Sismografouna noticia que se me pasó en su día: las afirmaciones del presidente turco, Erdogan, en una cumbre de líderes musulmanes latinoamericanos, celebrada en Estambul, a propósito del descubrimiento de América por parte de navegantes islámicos en el siglo XII, y sobre la existencia de una mezquita en Cuba, descrita por Colón en sus diarios. Erdogan dijo en su discurso televisado que “navegantes musulmanes habían llegado a las orillas de América en 1178. En sus diarios, Cristóbal Colón se refirió a la presencia de una mezquita sobre una montaña en Cuba” (el video presenta el fragmento del discurso, con subtítulos en inglés).
El presidente no añadió ninguna referencia que avalaran sus afirmaciones. En realidad, lo que quería era de algún modo preparar y reforzar su oferta para construir hoy una mezquita en Cuba. Cabe añadir, de todas formas, que la mencionada alusión no se encuentra en los diarios de Colón sino en el relato de Bartolomé de las Casas sobre lo que vio Colón, y lo usa como una imagen plástica: Colón describió una montaña que tiene “una pequeña colina en su cumbre, que parece una elegante mezquita”… Además, no han sido hallados vestigios islámicos en la América precolombina. Ha habido algún artículo (ver este de Youssef Mroueh) que ha avalado esas tesis, pero ha sido ampliamente descalificado.
La tentación de ajustar la historia a los propios intereses siempre está al acecho. Y Erdogan no es el único que la padece. En su caso, me parece significativo sopesar esa afirmación sobre la mezquita precolombina con la triste cuestión del exterminio armenio, del que recordamos en estos días el primer centenario. Erdogan condenó al Papa por haber usado la expresión “genocidio” y le “advirtió” que no debía hacerlo más. Puedo imaginar la herida que todo el episodio supone para el país, pero no parece que la mejor vía para curarla sea la cerrazón y la negación sistemática.
Me ha llamado la atención el apasionado artículo de la periodista italiana Lucia Annuziata sobre la “soledad del Papa” ante las matanzas contra cristianos en tantas partes del mundo. Annunziata critica, sobre todo, el silencio de la Izquierda política, el sector en el que ella misma se sitúa, y constata cómo no le ha llegado ni tan siquiera un manifiesto de adhesión o solidaridad para firmar…
“No, no soy católica y ni siquiera una neo-convertida. Soy atea y pretendo seguir siéndolo. Y no, no he escrito una línea sobre el Papa actual, ni he ido a misa con las nuevas jerarquías religiosas y todavía menos me he lanzado a decir que este Papa está realizando una revolución y que es el verdadero líder de la izquierda.
Sin embargo, soy periodista y creo que todavía soy capaz de entender qué es una noticia. Y la noticia de estos días es la soledad en la que se ha dejado precisamente a este popularísimo Papa, desde hace meses la única voz que denuncia las matanzas de los fieles, el único jefe de estado que señala con el dedo el los estragos de las naciones occidentales sobre estos estragos. En definitiva, justo lo contrario de Charlie Hebdo”.
Annunziata insiste en que la izquierda –que tiene hoy tanto peso en Europa- no puede que ser cómplice de este silencio. Y concluye con una propuesta concreta y de aplicación inmediata:
“Hay mucho que hacer ya desde ahora. En primer lugar, los gobierno pueden y deben emprender un plan para por lo menos garantizar la seguridad de los miles de prófugos, no solo a través de asistencia estructural (medicinas, escuela, casa), sino también ofreciendo la ciudadanía a gran escala en nuestro países a todas las familias que quieren abandonar sus naciones.. Con una atención particular a todos los jóvenes que quieran venir aquí a estudiar y trabajar”.
“Las ideologías ateas han sido una parte integral de los regímenes totalitarios”, según subraya el filósofo John Grey en un largo artículo publicado en The Guardian, titulado "¿Qué asusta a los nuevos ateos?" El filósofo, que se declara él mismo ateo (pero no “ateo misionero”), rompe algunos lugares comunes de cierta publicística, como considerar que la violencia y la intolerancia proceden de las religiones, y que ciencia y ateismo van juntas.
Grey constata que aunque los ateos militantes busquen fundar sus valores liberales en la ciencia, en realidad ni la lógica ni la historia demuestra que existan esas conexiones entre ateísmo, valores liberales y ciencia. No hay razones, por tanto, para pensar que eso funcione hoy, como no funcionó en otras épocas: precursores ideológicos del nazismo, como el biólogo alemán Ernst Haeckel, muy hostil a la tradición judeocristiana, fundaron sus ideas en una supuesta ciencia y dieron lugar a valores tan poco liberales como el racismo y la eugenesia.
En realidad, aunque no lo quieran admitir, los valores liberales que profesan esos ateos (igualdad humana, autonomía personal) tienen su fundamento no en la ciencia sino en el monoteísmo. Es más: según Grey, el liberalismo moderno es la encarnación secular de la religión judeocristiana.
Como nota marginal: produce una cierta reconciliación con la actividad periodística comprobar el debate que ha suscitado un texto tan complejo como el de Grey, con más de tres mil quinientos comentarios y veinticinco mil “compatir” a través de las redes sociales.
Los estilistas Domenico Dolce y Stefano Gabanna “salen del armario” en una entrevista que publica esta semana la revista italiana Panorama. No es que declaren ser gays, cosa pública desde hace años, sino que Dolce & Gabanna rompen una lanza a favor de la familia y contra los artificios del “politically correct”. Aquí van algunos párrafos:
“Desde luego, no hemos inventado nosotros la familia. La ha convertido en icono la Sagrada Familia, pero no hay religión y estado social que aguante: tu naces y tienes un padre y una madre. O al menos debería ser así” (Dolce). “La familia no es una moda pasajera. Es un sentido de pertenencia sobrenatural” (Gabanna).
“No me convencen los que llamo hijos de la química, los niños sintéticos. Úteros de alquiler, semillas elegidas en un catálogo… Después, ve a explicarles a estos niños quién es la madre. Procrear debe ser un acto de amor, hoy ni tan siquiera los psiquiatras son capaces de hacer frente a los efectos de estas experimentaciones” (Dolce).
“Soy gay, no puedo tener un hijo. Creo que no se puede tener todo en la vida; si no hay, quiere decir que es mejor que no haya. También es bonito privarse de algo. La vida tiene un recorrido natural, hay cosas que no se deben modificar y una de ellas es la familia” (Dolce).
No es que personalmente comparta todas las afirmaciones de la entrevista, pero rindo honor a gente que se sale del coro cuando no tienen nada que ganar. De hecho, ya les han llovido insultos: reacción descontada y curiosa que no se suele producir en sentido contrario. Es decir, cuando alguien hace el famoso “coming out”, no se le insulta: algo querrá decir, supongo, sobre dónde hay y no hay intransigencia.
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(actualización 18/III/15)
Aparte del modo reductivo con que algunos entienden la cuestión de la tolerancia y de la libertad de expresión (“libertad para mi; para los demás solo en la medida en que coincidan conmigo”), la polémica que ha seguido a las declaraciones de Dolce y Gabbana (y en especial, la reacción del cantante Elton John) muestra tal vez dos estilo diferentes en el ser transgresivos:
-estilo anglosajón: el transgresivo busca la aceptación social, que lo suyo se considere normal y presentable en sociedad.
-estilo continental: se es consciente de que uno se sale de lo normal, y ahí está precisamente parte del glamour de ser transgresivos, no se busca la homologación.
Es una extrapolación, desde luego, pero pienso que resulta útil para mostrar que en la plaza pública está ganando el estilo anglosajón, hasta el punto de tenemos un grave problema de libertad de expresión.
Parece que los estudiantes ingleses estudian más y se emborrachan menos de los de hace veinte años, según un reportaje publicado por el Financial Times. También consumen menos drogas y además suelen desempeñar un trabajo part time para pagarse los gastos. Se diría que ese aumento de responsabilidad podría considerarse una buena noticia, pero el diario económico no parece entusiasta, pues llama a estos jóvenes –en el título del reportaje- con el apelativo no entusiasmante de los “nuevos puritanos”.
Es interesante el sutil esfuerzo de la autora del texto por buscar un contrapeso a lo positivo de esta (aparente) nueva tendencia con lo que supone de negativo. Para lo positivo, hay datos y estadísticas sobre –por ejemplo- el descenso de consumo de alcohol y drogas, y el aumento de las actividades de voluntariado; mientras que lo negativo simplemente se enuncia: estudian para tener un título y quieren el título para tener un trabajo. Se explica que “este nuevo puritanismo, motivado por un mercado de trabajo incierto y mayores dificultades económicas, está redefiniendo lo que es ser joven”.
Aunque se les critica por ser una generación poco apasionada por las ideas políticas o por las luchas ideales, hay que decir que tampoco lo eran los de hace veinte años, cuando –en palabras de uno de los entrevistados- se gozaba de “tres años de hedonismo pagados por el Estado”. Ahora las tasas académicas en Inglaterra se han multiplicado por tres en los últimos tres años y un estudiante tiene que hacer muchas cuentas para ver cómo salir adelante. No digo que sea una situación ideal, pues esa tensión puede impedir disfrutar de la Universidad. Lo que me parece al menos discutible es identificar la vida universitaria con las horas pasadas en la barra del bar.
La noticia de la elección del Papa Francisco ocupó las primeras páginas de diarios de todo el mundo. Ofrecemos una selección correspondiente al día 14 de marzo de 2013.
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Primeras páginas de los diario del 1 de marzo de 2013, primer día de Sede Vacante tras la renuncia de Benedicto XVI.
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La noticia de la renuncia de Benedicto XVI ocupó las primeras páginas de diarios de todo el mundo. Ofrecemos una selección correspondiente al día 12 de febrero de 2013.
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La renuncia de Benedicto XVI ocupó de inmediato un lugar destacado -con frecuencia, único- en las páginas web de los principales medios de comunicación de todo el mundo (11 de febrero de 2013)
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La muerte de Juan Pablo II ha sido posiblemente uno de los acontecimientos de la historia que ha provocado un mayor impacto en los en los medios de comunicación.
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