No me voy referir a las quinielas sobre papables, sino a otro tema que aparece con cierta frecuencias en estos días. Leyendo algunos textos periodísticos sobre lo que habría que cambiar en la Iglesia, me ha venido la impresión de que los católicos fueran prisioneros en espera de ser liberados. Gente que necesita ser rescatada para poder usar anticonceptivos, practicar el aborto, elegir libremente cuando morir, hacer a las mujeres libres de ser ordenadas sacerdotes y a los sacerdotes libres para casarse…
He repasado un estudio que hice sobre la cobertura en la prensa internacional de los tres días del cónclave de 2005 (publicado en el libro que aparece en la foto) y me encuentro que mismas cuestiones ocuparon ya amplio espacio en los comentarios de aquellos días. Pero también redescubro el gran protagonismo que tuvo la gente normal que estaba en espera de la mítica fumata: personas que –por lo que publicaban los mismos diarios- no daban en absoluto la impresión de ser prisioneros o pobres coaccionados.
A propósito de la adhesión de la Iglesia a las modas de cada época, descubro la explicación que hacía en la prensa de aquellos días el historiador Giorgio Rumi, ya fallecido:
Yo no quiero una Iglesia que sea nacional-burguesa en el ochocientos, después fascista, más adelante anti-fascista… La propuesta de la Iglesia no puede depender del equilibrio socio-político del momento. Sé que ha atravesado también el feudalismo, pero no quiero una Iglesia feudal. En mi opinión, la Iglesia es como un peregrino que se empapa, toma el sol, tiene hambre, pero no “es” del sol o de la lluvia.
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